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El proceso de vacunación avanza y, con ello, el porcentaje de población inmunizado frente al SARS-CoV-2, el virus causante de la pandemia por COVID-19. De hecho, ya son cinco millones de españoles los que han recibido al menos una dosis de las vacunas de Pfizer, Moderna y AstraZeneca contra el coronavirus: el 10,73% de la población de todo el país, según los datos publicados por el Ministerio de Sanidad el 30 de marzo.

Como ya hemos comentado en Maldita Ciencia, existen ciertas condiciones que predisponen o hacen que el riesgo de desarrollar enfermedad grave y muerte por COVID-19 sea mayor. De ahí que la vacunación de estos pacientes sea prioritaria. Como muestra la evidencia científica, la edad es el principal factor de riesgo.

A medida que los sectores más vulnerables de la población vayan quedando protegidos, deberíamos ver un descenso en las hospitalizaciones y el número de muertes, como recuerda a Maldita Ciencia la viróloga Sonia Zúñiga, investigadora de coronavirus en el Centro Nacional de Biotecnología. “También se debería notar (como ya está pasando) que, cuando aparezcan brotes entre población vulnerable (por ejemplo, en residencias) los infectados tengan síntomas leves o incluso sean asintomáticos”, añade.

De nuevo, conforme el proceso de vacunación avance y ante una disminución de casos en la población de riesgo, es lógico plantearse si la incidencia acumulada, uno de los criterios que usamos ahora para medir la gravedad de la situación, podría “desvincularse” en cierta medida del colapso hospitalario y el número de fallecidos; en un escenario en el que cada vez más personas estén vacunadas empezando por las más vulnerables, esa cifra pasará a incluir en mayor medida a las menos vulnerables. Es decir, a las personas con menos probabilidad de sufrir un pronóstico grave de la infección.

De ahí que, en los últimos días, la importancia o utilidad futura de cifras como la incidencia acumulada estén en el punto de mira. ¿Seguirá siendo un indicador útil cuando los sectores más vulnerables de la población estén protegidos?

¿Qué pasará cuando la gente vulnerable esté protegida?

El beneficio del aumento del porcentaje de vacunados, en palabras de Pepe Alcamí, virólogo del Instituto de Salud Carlos III, será enorme. “Primero para los vacunados porque podrán retomar una vida progresivamente normal. La imagen de los ancianos de las residencias que por primera vez en 14 meses salen de paseo me parece un símbolo de lo que están cambiando las vacunas”, señala.

En segundo lugar, añade Alcamí, lo será para el sistema sanitario que no se verá sometido a la gran presión de los ingresos en planta y UCI. “Pero sobre todo porque no tendremos que ver estos números insoportables de muertos diarios”, afirma.

“Indudablemente, si la gente más vulnerable está protegida (y no hay sorpresas de variantes que escapen a la inmunidad, cosa que no parece estar pasando) habrá una disminución de la letalidad y mortalidad”, explica a Maldita Ciencia Juan Bosco Trigueros, enfermero experto en epidemiología e investigación clínica por la Escuela Andaluza de Salud Pública y maldito que nos ha prestado sus superpoderes.

“Dado que la variable ‘edad’ es un factor de riesgo para fallecer de COVID-19 (esto es ya una evidencia científica), al disminuir la incidencia en los vulnerables, la disminución de la letalidad y mortalidad será muy notable”, añade. Además, recuerda que, por el momento, parece que una gran proporción de jóvenes sin patologías previas suele ser asintomática o cursar la enfermedad de forma leve (con excepciones no desdeñables y si no hay sorpresas).

En opinión de Víctor Jiménez Cid, catedrático del departamento de Microbiología y Parasitología en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y miembro de la Sociedad Española de Microbiología (SEM) a Maldita Ciencia, cuando la vacunación se extienda y la gente más vulnerable esté protegida pueden darse varios escenarios definidos por múltiples variables.

La primera variable dependerá del porcentaje de inmunizados, lo que conocemos como inmunidad de rebaño. Esta, a su vez, se relaciona con la disponibilidad de vacunas y la eficiencia de la campaña de vacunación.

“Una de las polémicas es si los vacunados pueden transmitir [el virus] aunque, en un alto porcentaje, estén exentos de sufrir cuadro sintomático. Mi opinión personal es que un porcentaje de vacunados será capaz de sufrir infección asintomática subclínica, pero que las cargas virales serán en general notablemente menores y que la capacidad de transmisión del virus se verá muy mermada”, indica Jiménez.

La segunda variable la representa la propia evolución del virus. “Ya sabemos que se están seleccionando variantes más contagiosas (la «inglesa», por ejemplo, que seguirá evolucionando si la dejamos) y eso nos obligará a subir aún más la apuesta en cobertura vacunal”, expone Jiménez, quien añade que, a más potencial de transmisión, mayor cobertura necesaria para detenerla.

“También se seleccionarán las variantes que mejor se adapten a la inmunidad poblacional, como parece ocurrir con las que llevan la mutación E484K («sudafricana» y «brasileña»). Para combatirlas habrá que tener ciertos reflejos reformulando las vacunas y no descarto dosis de refuerzo con variantes nuevas en el futuro o vacunas polivalentes formuladas con más de una cepa, como en la gripe”, señala el experto.

La tercera y última variable, en opinión del miembro de la SEM, la conforman las barreras que pongamos (mascarillas, ventilación, higiene, distanciamiento y limitación de movilidad) y cómo las respetemos.

Pedro Gullón, epidemiólogo, profesor en la Universidad de Alcalá de Henares (UAH) y miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), espera ver dos efectos a medida que avance la vacunación entre los grupos más vulnerables. “El primero es que los aumentos de transmisión (aumentos de IA) tengan menos impacto en hospitalizaciones y fallecidos. El segundo, más a largo plazo y con más vacunación, que se reduzcan las posibilidades de contagio y que sea más difícil que haya incrementos grandes de la transmisión debido a que existen menos cadenas por las que esta se puede producir”.

¿Tendrá sentido hablar de incidencia acumulada a medida que avance la vacunación en los sectores más vulnerables?

Según apunta Bosco, actualmente y a lo largo del año de pandemia las cifras obtenidas mediante el cálculo de la incidencia acumulada han sido y son relativamente fáciles de interpretar y proporcionan una medida sumamente útil para comparar los diferentes riesgos de distintas poblaciones.

Sin embargo, entre los elementos en los que la pandemia ha tenido más impacto y que han obligado a tomar medidas de salud pública más intensas también se encuentra el efecto en los hospitales. Al fin y al cabo, el riesgo de colapso sanitario ha sido uno de los elementos condicionantes a la hora de tomar determinadas medidas. Y, hasta ahora, sí se ha visto íntimamente relacionado con los datos de incidencia acumulada.

“Es esperable que, a medida que la vacunación en los grupos de riesgo avance, las cifras de incidencia se desvinculen de su correlato con la saturación de los hospitales”, explica a Maldita Ciencia Mario Fontán, MIR de Medicina Preventiva y Salud Pública. “Ya no esperaremos que se den tantos ingresos a nivel hospitalario, aunque los seguirá habiendo porque no solo ingresan las personas mayores o con comorbilidades”, recuerda.

Gullón coincide con este planteamiento: “Efectivamente, llegará un momento (todavía es pronto para ello) en que los aumentos de transmisión tendrán menos impacto en la ocupación hospitalaria y en los fallecidos”.

En palabras del epidemiólogo, eso sería muy positivo. “Las medidas que se toman son precisamente para impedir esto: por un lado, las consecuencias de la COVID-19 (fallecidos) y, por otro, las consecuencias de la saturación hospitalaria en otras enfermedades y patologías. Si la población más vulnerable no desarrolla COVID-19, la enfermedad pasaría a ser algo mucho menos grave socialmente”, opina.

Fontán incide en que existen dos elementos que no debemos olvidar. Por una parte, que un menor riesgo de colapso sanitario “no quiere decir que la ocupación hospitalaria y de UCI sea de una magnitud que, aunque baja comparándola con los peores momentos de la pandemia, pueda restar recursos a la atención de otras patologías que en una situación de no-pandemia serían atendidas”.

Por otro lado, no cree que sea adecuado desplazar el foco de lo hospitalario, sino ampliarlo para incluir a la Atención Primaria en nuestra mirada a la situación epidemiológica. Esto se debe a que también desempeña un papel fundamental en el seguimiento y manejo de otras patologías que no tienen que ser desatendidas.

¿Qué indicadores o qué uso de ellos podrán señalarnos cómo evoluciona la pandemia una vez aumente el porcentaje de población vacunada?

La incidencia acumulada, por sí sola, puede no ser suficiente para proporcionar toda la información necesaria a la hora de elaborar medidas. Es por eso por lo que se complementa con otros datos, como la ocupación hospitalaria o la cifra de fallecidos. Estos, según los expertos consultados por Maldita Ciencia, irán adquiriendo importancia a medida que avance la vacunación de las personas más vulnerables.

“Aunque todavía es pronto, esperamos que en el futuro una incidencia acumulada alta (> 250) tenga menos consecuencias en ocupación y fallecidos. Además, a lo mejor, las restricciones a aplicar podrían ser menores, porque su impacto también sería menor”, contextualiza Gullón. “Aún así, aún nos queda por vacunar a una gran parte de la población vulnerable. Son buenas noticias, pero todavía no totalmente aplicables a la situación actual”, añade.

A medida que la correlación entre la incidencia acumulada y el colapso hospitalario disminuyese y en opinión de Fontán, se podría tratar de afinar en qué grupos determinados se están produciendo los casos. De esta manera, enfocar los recursos hacia colectivos que, por sus características sociodemográficas, laborales u otras, pudiesen estar sufriendo más la pandemia cuando el resto de la población esté vacunada.

“No hay que olvidar que las personas de menor renta, con trabajos más precarios, son las que más riesgo tienen de contagio y de sufrir las consecuencias sociales y económicas de la pandemia y de la infección. Creo que a estos grupos más vulnerables es donde habría que destinar recursos para que la desigualdad que sufren sea un vector de transmisión que genere ‘bolsas de contagio’”, opina Fontán. “En resumen, creo que a medida que la vacunación aumente, los indicadores importantes serán menos poblacionales y más de afinar dónde se está produciendo esa transmisión para afinar las medidas y los esfuerzos”, concluye.

En opinión de Bosco, la incidencia acumulada a 14 días seguirá siendo válida. Ahora bien, intuye que, cuando al menos un 80% de la población esté vacunada, este dato se dejará de utilizar, ya que “no es ‘políticamente rentable’ trasladar a la población unas cifras iguales o peores que las actuales por su difícil comprensión”.

“Te pongo un ejemplo, una vecina decía que ella no se creía las cifras que daban las autoridades porque salían más casos en la incidencia acumulada que habitantes tenía el pueblo. Explicarle que esa cifra sería el número de casos que el pueblo tendría si su población fuera de cien mil habitantes no es tarea fácil”, cuenta Bosco.

Por ello coincide en que quizás lo más objetivo sea el número de ingresados en los hospitales y el número de camas de UCI ocupadas por enfermos de COVID-19, así como la mortalidad y letalidad.

Para Gullón, será necesaria una mezcla de todos los indicadores base. “Por un lado, los indicadores de transmisión (incidencia acumulada, también por grupos de edad, positividad…) nos hablan del control de la transmisión, y eso es muy importante. Pero, para saber el impacto que esa transmisión tiene, se complementa con fallecidos, ocupación, ocupación de UCIS… Pero esto es así y en todos los momentos de la pandemia. No debemos fijarnos nunca en un solo indicador, porque aporta información parcial”, advierte.

El número más importante será el porcentaje de personas vacunadas, según Jiménez. Bajo su punto de vista, solo cuando lleguemos a una cobertura máxima de vacunación podremos dejar de estar pendientes de la incidencia, porque solo veremos casos importados y tendremos la posibilidad de aislarlos y controlarlos.

“La incidencia acumulada ya no serviría como un parámetro predictivo de cómo van a evolucionar los ingresos y el porcentaje de enfermos COVID en camas UCI, o al menos con la referencia de los primeros picos, pero seguirá siendo la referencia de en qué medida está circulando el virus y deberemos seguir atentos a ella”, recuerda el experto.

En general, Alcamí es optimista con respecto al impacto de las vacunas. “Ya lo estamos viendo”, apunta. Sin embargo, recuerda la importancia de la precaución en periodos críticos, como el verano.

“Sería un error pensar que, como los vulnerables están protegidos, hemos vencido al coronavirus y podemos viajar, consumir y tomar cañitas sin límite alguno”, advierte Alcamí. “Todavía habrá que mantener medidas para que la incidencia del virus no se dispare y aguantar hasta otoño, cuando el 80% de la población esté vacunada para poder relajarnos”, concluye.