Por GK
Ilustración de Paula de la Cruz.
El 29 de febrero de 2020, cuando se identificó el primer caso confirmado de Covid-19 en el Ecuador, la primera reacción de muchas personas fue tratar frenéticamente de encontrar y comprar mascarillas. Luego, después de que el 11 de marzo el presidente Lenín Moreno declarara estado de emergencia sanitaria a nivel nacional, miles de personas se aglomeraron en supermercados y tiendas para abastecerse desproporcionadamente de insumos básicos. Estaban aglomerados en los locales, haciendo larguísimas colas frente a las cajas de pago, olvidando que el coronavirus se propaga por la cercanía con personas infectadas: pasar más de 15 minutos a menos de dos metros de una persona infectada o hablarle, puede contagiarnos, explica el departamento de salud de Reino Unido. Pero, paradójicamente, nadie se aisló. En Guayaquil, dos matrimonios tuvieron que ser desalojados el sábado 14. Cuatro mil personas que habían salido de Babahoyo (capital de una de las provincias con más contagios) hacia el balneario de Salinas fueron regresadas a sus casas. En esta crisis de salud pública e histeria colectiva nadie (o muy pocos) parecen haber entendido que la única manera de prevenir el contagio es evitar encontrarse en lugares con cientos de personas.
Quizá por esa necedad no le quedó más a las autoridades sanitarias que decretar un estado de excepción. En Ecuador, los casos confirmados con Covid-19 han aumentado a saltos cada vez más grandes. El viernes 13 de marzo había 23. Tres días después, la cifra aumentó a 58. Ahora que se comienzan a registrar más casos, y el contagio empieza a aumentar, es esencial que nos alejemos físicamente.
En otras palabras: el distanciamiento social es una práctica de salud pública indispensable y, en toda la acepción de la palabra, salvavidas. Valeria Torres, experta en microbiología y epidemiología, dice que cuando el distanciamiento social voluntario no funciona, “puede ser obligatorio, como es el caso que estamos viviendo en Ecuador”. La medida, explica Torres, debe iniciarse dependiendo de “una valoración sobre la severidad no solamente del contagio sino de los síntomas de las personas”.
El distanciamiento social incluye cancelar eventos grupales y cerrar espacios públicos. El presidente del departamento de epidemiología de la Escuela de Salud Pública de Yale, Albert Ko, dice que lo recomendable es “mantener de seis a 10 pies de distancia de otras personas”: entre uno y tres metros. Esto implica no saludar con abrazos, besos o apretones de mano. Según la OMS, el virus puede “transmitirse al darse la mano y tocarse los ojos, la nariz y la boca”.
En el caso del Covid- 19 la tasa de contagio es de 2,5. Pero “como no podemos calcular como dos y media personas lo vamos a hacer a tres personas”, dice Valeria Torres. Por ejemplo, si una persona está en la fila de un banco y tiene coronavirus pero no lo sabe —porque es asintomático o simplemente no he desarrollado los síntomas completos— va a contagiar “a tres personas que estén en su radio de dos metros”, dice Torres, “si es que hay más personas en ese radio de dos metros, voy a contagiar a más personas”. El dominó se vuelve exponencial: esas personas, dependiendo de cuántas otras estén en su radio de dos metros, van a contagiar a otras. “Entonces más o menos, yo contagié a tres en la fila y esas tres a su vez van a contagiar a otras tres”, dice Torres, y puntualiza: “en un lapso corto, pueden producirse 14 casos: de ahí que es muy importante al distanciamiento social”.
Las medidas a gran escala, que dicta el gobierno, son importantes, pero las vitales, son las que tomemos cada uno. “Las intervenciones comunitarias, como el cierre de eventos, juegan un papel importante, pero los cambios de comportamiento individual son aún más importantes”, dijo Caitlin Rivers, epidemióloga del Centro de Seguridad de la Salud de la Universidad Johns Hopkins, “las acciones individuales son humildes pero poderosas”.
El distanciamiento social es algo que suena tan sencillo, que parece de poca importancia. Pero si se cumple puede ser mucho más efectivo de lo que se cree. En la pandemia de gripe española de 1918, las ciudades que implementaron acciones tempranas como cerrar escuelas y prohibir reuniones tuvieron tasas de mortalidad más bajas. Y para hablar del actual coronavirus: hubo ciudades chinas como Guangzhou que adoptaron normas de control estrictas y tempranas y tuvieron menos hospitalizaciones.
Un artículo de la Universidad de Johns Hopkins titulado ¿Qué es el distanciamiento social y cómo puede disminuir la propagación del Covid-19? dice que el objetivo del distanciamiento social es frenar el brote para disminuir la posibilidad de infección. Los expertos describen esto como “aplanamiento de la curva”: evitar un incremento de casos para garantizar que los sistemas de atención médica no colapsen y que estén mejor preparados para recibir los casos más críticos. Todo sistema humano tiene una capacidad de carga: cuando es superado, el sistema colapsa y deja de funcionar. Los sistemas de salud de cada país no son la excepción. Si la curva no es aplanada —con medidas específicas— será imposible evitar un aumento exponencial de contagios para los cuales, simplemente, no habrá atención disponible y mucha gente morirá.
Quedarse en casa ha sido el pedido urgente, casi el ruego, de los últimos días. Desde el 12 de marzo, cuando se pidió, muy poca gente lo acató. La noche del 16 de marzo de 2020 tuvo que ser impuesto por la fuerza. La forma de actuar de muchos ecuatorianos ha sido sintomática, no de coronavirus, sino de una incapacidad social de escuchar a los científicos y de tomar decisiones racionales: porque nadie se va a salvar por los 700 rollos de papel que ha comprado, pero sí podría morirse —o contagiar a alguien muy vulnerable— por querer ir a la playa, a la fiesta o al culto o procesión religiosa de Semana Santa.