Aunque solemos pensar que la mutación de un virus es algo peligroso, los cambios genéticos son muy frecuentes en ellos y en todos los seres vivos. A menudo, estas alteraciones no tienen un efecto en su comportamiento, por lo que es muy poco probable que una mutación los vuelva más agresivos. Lo mismo viene sucediendo con el SARS-CoV-2.

En un laboratorio del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas en Buenos Aires, un grupo de científicos ha estado siguiendo la pista del nuevo coronavirus en Argentina. Para ello, han usado lo más cercano posible a su huella digital: su genoma, que contiene toda la información necesaria sobre el SARS-CoV-2.

El genoma de todos los seres vivos (y algunos seres que no están propiamente vivos, como los virus) es como un manual de instrucciones, escrito sólo por cuatro letras. Pero ese manual no es estático. Se reescribe, corrige y cambia todo el tiempo.

Josefina Campos, la microbióloga que dirige el laboratorio encargado de secuenciar el material genético del coronavirus y también de otros microbios que aquejan a los argentinos, afirma haber encontrado ya varias mutaciones en muestras de SARS-CoV-2 que recibe su laboratorio.

No es la única. De hecho, distintos estudios han encontrado ya cambios en la huella genética del nuevo coronavirus. Los hallazgos pueden sonar alarmantes, debido sobre todo a la mala reputación de las mutaciones. En la vida real, sin embargo, “es común, normal y esperable encontrarlas”, sostiene Campos.

“Todos los seres vivos mutamos. Estamos mutando todo el tiempo”, dice José Campillo, quien estudia el origen y evolución de virus en la Universidad Nacional Autónoma de México en Ciudad de México. “Un ejemplo es el sistema inmunitario, y eso es bueno: te permite crear nuevos genes que puedan combatir a nuevos patógenos. A veces relacionamos la mutación como algo malo, pero hay mutaciones benéficas”.

Una mutación genética no es más que un cambio en una o más letras del genoma. Y, de hecho, la mayor parte del tiempo las mutaciones no tienen ningún efecto.

El genoma del coronavirus, por ejemplo, está compuesto de 30 mil letras organizadas en grupos de tres. Cada uno de esos tripletes provee el código para crear unidades llamadas aminoácidos, que serán los tabiques de las 29 proteínas que componen al virus: desde las que usa para infectar a nuestras células hasta las que emplea para camuflar su propio material genético de los sistemas siempre vigilantes del cuerpo humano.

Distintos tripletes pueden codificar el mismo aminoácido. Por ello, una mutación en una o más letras no necesariamente cambiará el aminoácido final. Incluso si lo hiciera, eso no significa que la proteína se comportará de diferente manera.

Hasta ahora, científicos como Campos y su equipo han encontrado mutaciones a lo largo de todo el genoma del nuevo coronavirus.

“Es el virus más estudiado,” dice Campillo. “Ha sido más estudiado incluso que el de la influenza, por obvias razones. Se sabe mucho de sus secuencias”.

Hay regiones del SARS-CoV-2 que parecen cambiar constantemente, lo cual sugiere que el virus puede tolerar bien esos cambios. En otras regiones, las mutaciones son muy escasas, señalando puntos críticos en el genoma que no pueden tolerar mutaciones.

Que el virus mute es incluso útil. Así es como se ha logrado rastrear el paso del mismo por todo el planeta. Conforme avanza la pandemia, el genoma del virus ha ido cambiando, y científicos de distintos países han compartido sus secuencias en bases de datos abiertos que investigadores de otras regiones pueden consultar.

Por ejemplo, al inicio de la epidemia en Argentina, Campos quería saber cómo había ingresado el virus al país y cómo se estaba extendiendo. “Poder ver la variación en cada una de las letras [del genoma de SARS-CoV-2] nos permite asociar de dónde está viniendo el virus,” dice. “Puedo ver, por ejemplo, cuando un brote es local y no tuvo introducción de otro lado. O puedo ver cómo se está dispersando a nivel geográfico también”.

Sin embargo, cuando un virus muta mucho y demasiado rápido, eso puede convertirse en un problema. Es la razón por la que cada año tenemos que vacunarnos contra la influenza. Los virus que la causan cambian tan rápido que la vacuna del año pasado ya no nos protege de manera efectiva contra ellos. Y es también al menos uno de los obstáculos con los que la ciencia se ha topado en su búsqueda por una vacuna contra el VIH.

En general, todos los virus de ARN (como los de influenza, el VIH y el SARS-CoV-2) mutan frecuentemente. Por eso, cuando la pandemia de COVID-19 comenzó en China, la comunidad científica se había preparado para lidiar con un patógeno que siguiera esa regla. Pero encontraron algo distinto. Este coronavirus muta menos que otros virus. Y la clave para entender por qué podría ser una sola proteína del mismo.

Los coronavirus como familia, incluyendo a los cuatro que infectan humanos, poseen una proteína llamada exoribonucleasa que funciona como mecanismo de corrección. Al momento de que el SARS-CoV-2, por ejemplo, crea una réplica de su genoma dentro de una célula humana, la exoribonucleasa “es la clave para que el virus mute menos,” dice Campillo, pues puede detectar errores o mutaciones, regresarse y corregirlas. A veces, por supuesto, se equivoca. Y la nueva copia del coronavirus termina con algunas alteraciones.

Al hablar de mutaciones, el miedo más frecuente es que aparezca una variante genética del virus que sea más agresiva, más dañina y más fácil de transmitirse entre personas.

El 5 de mayo, un estudio preliminar que no ha sido evaluado por otros expertos encontró una mutación frecuente en poblaciones de Europa y Estados Unidos. El cambio en cuestión ocurrió en la proteína que permite al coronavirus fusionarse con las células humanas y entrar en ellas. Los autores, por tanto, concluyeron que eso podría ayudar al virus a infectarnos más fácilmente.

Estudios como este, que la prensa levantó apenas aparecieron, “fueron bastante criticados por la comunidad científica que trabaja puntualmente en evolución y en genómica y en coronavirus,” dice Campos. “Uno de los motivos es este: no aportaban la evidencia necesaria o completa para poder asegurar o concluir” que las mutaciones encontradas hacen al virus más peligroso.

La única manera de demostrar si una mutación cambia la manera en que el virus se comporta, añade, es realizando un montón de experimentos que llevan bastante tiempo. Y la ciencia, por el momento, no ha ofrecido respuestas claras al respecto.