Por Periodismo de barrio / El Toque

La COVID-19, enfermedad causada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, se originó en el mercado de Hunan en Wuhan, China. En ese lugar se comercializan murciélagos, serpientes y una variedad de animales que son sacrificados y procesados allí mismo para satisfacer a los clientes que prefieren “la carne fresca”.

Medios internacionales han señalado la falta de control sanitario en ese lugar, sobre todo con respecto a la manipulación incorrecta de los desechos. Estas condiciones precedentes han dificultado la identificación de la especie intermediaria de infección hasta los humanos. Aunque algunas investigaciones sugieren al pangolín como posible intermediario, es una hipótesis sin confirmar. Por esta razón, un reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de febrero de 2020 hizo hincapié en procesar correctamente la comida de origen animal y evitar el contacto sin protección con animales de granja o animales salvajes.

Más allá de estas medidas de prevención, ni la OMS ni ninguna otra autoridad científica consultada han confirmado que las mascotas transmitan el coronavirus SARS-CoV-2 y, por el contrario, destacan como vía de transmisión predominante la que se produce de humano a humano.

De hecho, un laboratorio privado en Estados Unidos recopiló miles de muestras caninas y felinas en todo el mundo y los resultados obtenidos hasta el momento refieren que “no se puede concluir que los animales de compañía puedan ser una fuente de contagio”.

Igualmente, la Asociación Mundial de Veterinaria de Animales Pequeños (WSAVA, por sus siglas en inglés) destacó en un documento actualizado este 20 de marzo que “el coronavirus canino, que puede causar diarrea leve, y el coronavirus felino, que puede causar peritonitis infecciosa felina (FIP), son ambos alfa-coronavirus. Estos coronavirus no están asociados con el actual brote de coronavirus”.

Según la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) a inicios de marzo los servicios veterinarios de Hong Kong notificaron el contagio por el virus de dos perros que habían sido expuestos a través de sus dueños y que a su vez ya habían sido diagnosticados como positivos al virus. Sin embargo, ninguno presentó sintomatología asociada a la COVID-19 y la propia OIE apunta que en “la actualidad, no hay evidencia que sugiera que los animales infectados por humanos tengan un papel en la propagación de la COVID-19. Los casos en el hombre se deben a un contacto de persona a persona”.

Abandono de mascotas, daño colateral de la COVID-19

Ante la falta de evidencia sobre la transmisión de la enfermedad a través de las mascotas, resulta totalmente injustificada cualquier acción que afecte su bienestar. Pero el miedo generalizado ha provocado las más diversas reacciones.

En medio de la crisis sanitaria existente a nivel mundial, el abandono de mascotas por temor a contraer la COVID-19 se ha incrementado.

En la columna de Juan Arias, en El País de España, puede leerse: “De China a España, esos animales que hasta ayer nos ofrecían su cariño están siendo muchas veces arrojados de las casas cuando no sacrificados como están denunciando los veterinarios. Es un holocausto hijo de un pánico irracional. El Diario de Barcelona titulaba días atrás: ‘Se abandonan perros y gatos, y en los casos más extremos los tiran por la ventanaʼ”.

 

El caso específico de Cuba ya presenta una situación compleja en lo que respecta al cuidado y protección de animales. Según refiere el sitio web Cubadebate, en 2007 “el Instituto Nacional de Medicina Veterinaria aseguraba que la masa canina controlada ascendía a casi dos millones y la de gatos a 500 000. Hoy las cifras son vagas. Las estimaciones realizadas por la Dirección Nacional de Higiene y Epidemiología calculan un perro por cada diez personas. En La Habana solamente habría más de 200 000”.

A esta situación se le suma la inexistencia de una Ley de protección animal. En caso de que en Cuba se incrementara el abandono de mascotas como consecuencia de la expansión de la COVID-19, esto podría llevar al límite los esfuerzos realizados por iniciativas ciudadanas organizadas a lo largo de toda la Isla, las cuales gestionan refugios, adopciones, desparasitaciones y esterilizaciones.

¿Cómo evitar que mi mascota se contagie del SARS-CoV-2?

Si bien no está probado que los animales de compañía actúen como transmisores del nuevo coronavirus, “sí pudieran ser portadores pasivos de partículas virales (en su piel, la nariz, pelaje, etc.)”, según el Colegio Oficial de Veterinarios de Barcelona (COVB). Esto puede presentarse como consecuencia de su exposición a una persona que padezca de la COVID-19 y se encuentre en la fase en la que excreta el virus.

Por consiguiente, las medidas que se adopten para prevenir el contagio deben extenderse a las mascotas. Una postura que protege tanto a los seres humanos como a estos animales, aunque hay quienes pasan a algunos extremos que están “contraindicados” por los especialistas como es el uso de nasobucos en perros y gatos.

En este sentido, el propio colegio refiere una serie de acciones que están en sintonía con el resto de los sitios especializados.

Medidas de higiene básicas para evitar cualquier enfermedad cuando se tiene una mascota en casa:

  • Lavarse las manos con agua y jabón después de tocar los animales.
  • Evitar tocarse la boca, los ojos y la nariz después de tocar los animales.
  • Evitar el contacto con animales enfermos.

Si una persona está infectada con el coronavirus ¿puede mantener en casa su mascota?

Sí, puede hacerlo. Pero es necesario que siga una serie de medidas:

  • Mantener distancia con el animal y utilizar mascarilla.
  • Es totalmente contraindicado poner una mascarilla al animal.
  • Si el animal tiene que ir al veterinario, debe ir acompañado de otra persona y hay que avisar previamente al veterinario para que tome las medidas correspondientes.
  • Si debido a los efectos de la enfermedad, la persona afectada por la COVID-19 no se puede ocupar directamente de su mascota, la persona o personas que se hagan cargo deben procurar no utilizar los mismos utensilios que hayan podido estar en contacto con la persona infectada, como los platos de comida y bebida del perro, correas y collares y, en general, evitar el uso de materiales que hayan estado en contacto directo con el enfermo.